martes, enero 28, 2014

= Raíces negras =


El soundtrack de tu vida fue: Mark Ronson - Stop Me




Vivimos huyendo de los horrores de nosotros mismos: unos, a espensas de lo que nos vamos arrancando como costras. Otros, sacrificando al prójimo como monstruos. Fallamos en exorcizar a la bestia y queremos encontrar el paraíso  a punta de madrazos.


Hace algunos ayeres espeté -casualmente- la tesis de que la nuestra, la mexicana, es una "idiosincracia prostituta": credos, modos de pensar y pronunciamientos se configuran según el interés en turno. Creía firmemente que el problema de la sociedad mexicana era el conformismo, que la moral era un concepto anquilosado y nuestra incapacidad para hablar las cosas con claridad nos condenaba a un ostracismo político, que era necesario confrontar para cambiar. 

Era joven, y encontraba la necesidad imperante de que, ante la sociedad -que me aceptaba como nuevo adulto- tomara un bando, me definiera por una postura, y me abocara a defenderla.

Estaba chavo, y se me hizo fácil.


Esta animosidad no le era indiferente a mi generación: estábamos en los últimos días del gobierno de la Revolución Institucional, y queríamos el cambio. Nunca dimensionamos exactamente a qué, y nos dejamos llevar por el instinto, sin pensar en la introspección.


Más tarde, al tomar las rebabas de lo originalmente espetado, y comparándolo con la nueva idiosincrasia post PRI, comencé a esbozar otra teoría: la de "el pequeño priista que vive en todos nosotros".

Confieso que esta me llegó cuando, ya entrados en los gobiernos de la alternancia, el cambio no era como lo habíamos pintado. Llegamos a entendernos un poco demasiado tarde. 

Me explico.



-1-


Entre clamores, esta sociedad finalmente votó libremente y en el 2000 terminó 70 años de gobierno ininterrumpido del Partido de la Revolución Institucional. Inauguramos la alternancia y comenzamos a soñar con un futuro mejor.

Los medios informativos, ahora libres de los compromisos creados, y en un genuino ejercicio de transparencia y autocrítica, edificaron un espejo impecable para reflejar nuestra realidad, y no nos gustó nada lo que vimos.

Los males del antiguo régimen perduraban, y los veíamos en alta Definición, con sus verrugas y sus ronchas. Y la parte que menos gustaba, era que el reflejo que veíamos era el nuestro, no el de "la dictadura perfecta". 

El deseo de cambio nos había nublado la vista a otros modos. Inmediatamente  renegamos de las responsabilidades de la sociedad democrática: queríamos los beneficios, ninguna responsabilidad, y decidimos interpretar en lugar de indagar, inventar en lugar de fundamentar. 

Y hablamos por hablar, ensordecidos por el ruido de nuestras fauces, y nos llevamos esta cacofonía a todos los medios que cundimos. 

La redes sociales mexicanas fueron el punto de difusión de este nuevo formato de participación: quejarse e indignarse.

En vez de intercambio de ideas, turnábamos "goyas"; en vez de diálogo, sacábamos los timbales para entonar mentadas. En vez de argumentos, concursábamos a ver quién gritaba más duro "muevelapom-pom-pá".

Inconscientemente, mi pujante generación convirtió la excipiente democracia mexicana del siglo XXI en un simulacro de partido pambolero de quinta categoría.


Durante el gobierno de la alternancia, convertimos a la Revolución Institucional en mito creacionista: lo volvimos el diablo político que todos citan, en el que nadie cree y del que todos hacen mofa. Arquetipo secreto de nuestro carnavalito, entre piquetes de ombligo nos vestimos de ovejas, sacamos el cobre y todos felices y contentos lo volvimos el coco: un cuento para contarles a los niños.

Enseñamos a una nueva generación que el diablo es un lobo inerme, y los más jóvenes gritaron 3 veces "el lobo", el cual nunca vino.


Tarde caeríamos en la cuenta: el lobo nunca dejó de estar entre nosotros.



-2-



Para mediados del 2006, entre sombrerazos y empujones tuvimos unas elecciones arrebatadas, anticlimáticas y altamente sospechosas. 

Más de la mitad del censo mexicano se abstuvo del voto, asqueado de la rebatinga presidencial, mientras los clamores y vilipendios de los que sí votaron, completamente polarizados, trataban de llevar la espuma de su rabia hasta las últimas consecuencias.

Quedó claro que aún no estábamos listos para la pluralidad.

Entre gritos de "espurios" y "legítimos", los "chairos" y "pirruris" trabados de los cuernos cimarrones, un agachado presidencial cometió, en busca de legitimidad, el error más grave desde el diciembre de 1993: le declaró la guerra a al narcotráfico por convivir, y desató el conflicto escalado que aún nos cunde.

Seis años después regresa al poder un PRI intacto, con un candidato artificial, profundamente ignorante e incapaz de sostener el tele glamour que compró a expensas del erario estatal de su anterior gestión, y nos preguntamos cómo pudo ocurrir.

El lobo entró a nuestra pretensa modernidad por la puerta de nuestra idiosincracia: la cultura socio política mexicana sigue girando, nos guste o no, dentro de los preceptos que la Revolución Institucional construyó durante 70 años, y cuyos basamentos nos negamos a enterrar: reciclamos la dictadura perfecta, la pintamos de blanquiazul y de amarillo sol, sellamos las cloacas del sistema con pintura de aceite y pusimos mantelería sobre la mesa de los marranos, y agarramos la cuchara grande. 

Lo único que hizo la Revolución Institucional a su regreso, fue cortar el borde de la pintura en la cloaca para echar nuestros cadáveres de la alternancia, y puso su propia cuchara sobre nuestro simulacro de cambio, se ha servido 12 cucharadas soperas, y ha comenzado a raspar los pocos avances que hemos conseguido.


Traemos a cuesta un legado que permea todos los aspectos de nuestra sociedad: avanzamos transando, resolvemos nuestras omisiones y faltas con la ley con una mordida; y en vez de solucionar los problemas, los abordamos y damos la apariencia de estar analizando la problemática.

La noción de libertad de esta sociedad es la ausencia de responsabilidades: queremos los beneficios, sin pagar el precio. La civilidad es una etiqueta que nos ponemos en la solapa mientras aventamos el carro, tiramos basura, nos peleamos a la menor provocación y "echamos habladas". Esto no ha cambiado en 12 años, sino que se ha acentuado.

En el campo de la ideologías, estamos muy cómodos descalificando: prácticamente nunca hemos aprendido a debatir, a discutir desde una postura de respeto a la forma de pensar del prójimo. Confundimos la acusación con el argumento, las ocurrencias con pruebas, con la , y el consenso es que alguien ha "ganado el debate" cuando el otro calla, o cuando el que grita mas fuerte es el último en abrir la boca.

Creemos que nuestras buenas intenciones justifican nuestros palabras léperas y nuestras acciones aberrantes, y no caemos en la cuenta que sólo nos disparamos en el pie.

 La dinámica clientelar se encuentra profundamente enraizada en nuestra cultura: la torta y el refresco fueron sustituidos por la tarjeta y la canasta básica.

La tele cultura ha educado generaciones enteras de este país, lo ha acostumbrado al estímulo sensacionalista.

Difiero con las voces que dicen que el remedio es apagar ver televisión; por el contrario,   opino que hay que ver mucha televisión, otra televisión, televisión de todo tipo, porque sólo así aprendemos a distinguir el glamour del hecho, la producción de la imagen en vivo.



  El presidenciable joven, casado con la primera actriz, montados en una costosa tramoya disfrazada de noticia es algo que se aprende a distinguir (y a criticar) sólo cuando vemos suficiente televisión.

Es como las caricaturas que uno ve de niño: cuando se vuelve a verlas de adulto, con un bagaje más rico de animaciones recursos argumentales, se pueden identicar sus defectos y limitaciones, y entenderlas desde otra perspectiva.



El nuestro es un pecado (colectivo) de omisión, de falta de autocrítica, de incapacidad para asumir responsabilidad y nos hemos estancado en la pasividad agresiva, atorados en un círculo vicioso donde reclamamos, pero no hacemos.

Y ni siquiera nos pasa por la cabeza este detalle: desencantados con la transparencia y la libertad de expresión, damos la espalda y negamos la cruz de nuestra parroquia, porque en el fondo pensamos que, si admitimos estos defectos, perdemos el derecho para exigir.

Y pues no.



-3-


Estamos a unos cuantos días del Congreso Popular, recién convocado.

Entre los tuits y comentarios público de los notables que veo promoviendo este evento, lamentablemente veo rasgos de lo anteriormente expuesto, en lo que a ideologías encontradas concierne.

Esto no es una acusación ni una denostación: es un hecho que traemos a cuesta los estragos del cisma político que hemos creado -todos-, y que no podemos convocar a la pluralidad desde la descalificación: en algún punto tenemos que aprender a debatir y que debemos caer en la cuenta de que se puede disentir sin menospreciar, vale la pena tomar esto en cuenta antes de sacar los puñales durante las discusiones con los que piensan diferente de nosotros.

Es esencial que la ciudadanía se involucre completamente en la toma de decisiones de gobierno, pero si vamos a realizar un esfuerzo de este tipo hay que hacerlo desde la óptica de que todos somos mexicanos y que nuestras nociones de ideales no estropeen este esfuerzo: entre dimes y diretes no estamos ostentando ni defendiendo ideología alguna, mucho menos construyendo un consenso.

Confío en que estos notables sabrán encontrar utilidad en lo que digo.


Para sociedad que participará, los invito a reflexionar sobre lo siguiente:

Tenemos que, en el camino, dar los primeros pasos para exorcizar al "pequeño priista que vive en todos nosotros": no podemos seguir jugando a los buenos y los malos, la izquierda contra la derecha, los vendidos contra los puros. 

Todos somos humanos y todos tenemos defectos, no podemos convocar a una autoridad moral de la que ninguno gozamos plenamente, si nos juzgáramos con los argumentos con los que calificamos a los que llamamos "adversarios".

Todos los que hemos vivido en este país los últimos 6 años tenemos una opinión válida al respecto, tenemos derecho a expresarla y a contrastarla con otras voces, por ello tenemos que evitar tomar posturas racistas cuando convocamos a este esfuerzo: con nuestro racismo local histórico tenemos suficiente por resolver. 

Tanto derecho tiene el extranjero radicado en este país de opinar, como el nacido mexicano dentro de un grupo racial y religioso, porque ambos han tomado la misma nacionalidad, porque ambos se asumen como mexicanos, y porque no existe argumento sobre "pureza mexicana" que le de cabida a ambos, si escogemos discriminar con estos criterios.

No existe un antecedente en este país donde un cambio a la fuerza imponga un gobierno justo y plural: la Revolución Institucional nació del último intento. Si es mas importante la resistencia que las propuestas, no somos mejores que el gobierno indolente que queremos reformar. 

Mucho cuidado debemos tener si este congreso desea contemplar el camino de la fuerza: demasiada violencia hemos tenido en el siglo XX como para empatar la cuota en el XXI, que ya tiene un saldo por la "guerra contra el crimen organizado".



Dicho esto, aporto mis contribuciones al Congreso Popular:

- Reforma para el voto de censura en elecciones locales, estatales y federales: si el votante llega a la conclusión  de que ninguna de las opciones le representa, que tenga derecho a manifestarlo con un voto de censura, tanto a las propuestas como al proceso electoral. Si el voto de censura es la elección de más del 30% del electorado, que se plantee una segunda vuelta; si el voto de censura es de más del 50% del electorado, que se invalide el proceso electoral en curso y se convoquen a nuevas elecciones.

- Auditoría a Gastos de Campaña: Que los candidatos a una elección en cualquier nivel de gobierno, sometan sus gastos de campaña a una auditoría para que justifiquen sus gastos, los cuales deben de cuadrar con el financiamiento que, conforme a la ley vigente se les otorga.

- Procedimientos de acciones punitivas contra malos servidores públicos.- Que los servidores públicos que sean separados de su cargo por acusaciones de corrupción, negligencia o irregularidades con consecuencias perjudiciales a terceros, se sometan a una investigación formal por un órgano no gubernamental y que, de resultar responsables de algún delito, se inicie un proceso formal ante las autoridades competentes y conforme a la ley contra quien o quienes resulten responsables.



Estas ideas las he venido exponiendo desde hace años, y se han enriqueciendo con las opiniones de la gente que me ha interpelado. Espero tener la oportunidad de discutirlas en dicho evento y humildemente las someto a consideración pública.


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Tengo la esperanza de que llegue el día en que arranquemos las raíces negras de nuestro pasado cautivo, porque no hay pecado más grande que negarnos a cambiar, porque nos merecemos un país mejor.


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Atte.



El Hijo de Nadie





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